Estoy en medio de una sala- parece casa de Mary, pero es de mi tía Soco, en Álamo-y platico con mi tía Soco y otra mujer. Como cualquier otro mueble, hay un inodoro junto a nosotras y, sin perder el hilo de la plática, me siento en él, defeco y bajo la palanca, sintiendo sólo hasta lo último cierto pudor, y observo que las mujeres permanecen como si nada. Es en mi tía, al pedirme que le ayude a buscar algo -contemplo un cubo con agua y objetos-, en quien advierto una mirada recriminatoria.
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