Llegamos a Álamo. Saludamos a mamá y nos fuimos a otra casa. Era de dos pisos; atrás había un canal. Conmigo iban los niños, G. y P. Los niños andaban de arriba a abajo, revisando los cuartos. Lo que pensé que no me iba a importar sí lo fue. P. era lo que se dice una mujer bonita. La conocía bien, era de "cascos ligeros". Yo me decía que lo mío con G. había sido. Observé en todos sus mínimos detalles cómo se fueron acercando. Él qué iba a rechazarla si yo lo había dejado todo en claro. El problema no era de él sino mío. Yo los había colocado frente a frente y no terminaba de preguntarme el por qué.
Los dejé solos, me fui con los niños a cruzar el canal. Era estrecho y lo peculiar era que los habitantes de las casas lo utilizaban para jugar, tendían cables de extremo a extremo en los segundos pisos, y se deslizaban en ellos para lanzar balones y anotar goles en las puertas abiertas de par en par. Abajo avanzábamos en lancha viendo cómo arriba jugaban. Del otro lado ya nos esperaban C. y otras personas. Pedimos el menú y mientras intentaba meterme en la plática, los celos me mordieron de nuevo. Imaginaba que a esas alturas P. ya habría utilizado sus trucos de seducción y recordando los de G., sabía que él no se quedaría atrás; se me quitó el hambre.
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