Él vino. Se hospedó en una habitación x, que no era de un hotel. De antemano guardó su distancia. No era necesario que lo hiciera, pues yo también había tomado la mía. Pero precisamente eso me atrajo más a él y mis reservas se hicieron añicos. Entonces lo observé como se observa a un modelo, apreciando sus luces y sombras. No se daba nunca. Y como yo no pertenecía a nadie, no debía dolerme que no me perteneciera. Sin embargo, algo en mí me arrojaba a él más allá de un deseo de conocimiento. En su computadora había una conversación guardada que él echó a andar y luego se fue. La escuché; era una mujer que hablaba de un proyecto. Comprendí perfectamente, yo no debía merodear en su mundo, y tras un vistazo, salí.
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