Empezó con una plática. Una compañera me decía que le dolía dejar atrás ciertas cosas, yo conocía muy bien ese sentimiento pero prefería por lo mismo no hablar de ello en ese momento; sólo asentía. Junto a mí estaba mi hermano Jesús. Esperábamos a la vuelta del recodo el paso del tren. El cielo estaba despejado. Cuando vimos asomarse el tren, mi hermano me dijo que tuviera cuidado al trepar, pues no paraba: era un tren tipo piojito turístico que recorre las calles céntricas de la ciudad. Nos apeamos fácilmente. Me tocó compartir el mueble con una joven que me parecía conocida, le pregunté a dónde iba y me contestó que a la Ciudad de México, estudiaría arquitectura, ya estaba cansada del calor de Tampico y me describió el cuarto donde estudiaba y coincidió que era el cuarto de la casa donde yo también había estudiado mi prepa y universidad y le describí los detalles de la casa para que no quedara duda alguna. Miré su perfil que avistaba el horizonte, me quedé con esa imagen de libertad, de un camino por recorrer, me pregunté si ella estaría consciente de esto y lo disfrutaba o estaría atosigada por su presente, lo cual sería una pena, pero mejor me quedé callada. Por mi parte, desconocía mi destino.
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