J. y yo vimos a Ángel en su negocio. No era ya una cafetería sino una tienda de ropa. Había todo para dama y caballero. Me dijo que alguien había apartado algo para mí. Me mostró entonces un conjunto de falda y blusa y palpé la gasa mientras J. me miraba como preguntándome quién me lo había comprado, y yo ni en cuenta. ¡Qué lindo!, le dije a Ángel.
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