Sueño del sábado 26 de enero de 2018.
Fui a casa de mi mamá, pero ella no estaba, era la casa de Tampico. En el cuarto que nos tocó de estudiantes, ella dormía, frente al armario, tenía unos libros míos bien ordenados, tomé el de una escritora.
Mi mamá me decía que fuera con Carlos, él vivía en otra parte. En su casa
vi por qué el salía a comer, era muy solitario cocinar cuando no tenía una
pareja. Yo era una joven, y vi a un tío y a un muchacho. Carlos tampoco estaba en
casa, había ido a la playa. A mí no me quedaba más que darme un baño tibio en
la regadera. Yo era otra joven, de tez más blanca y más delgada, y al acompañante de mi tío lo tenía prácticamente embrujado, por ello salí desnuda del baño del cuarto y ellos me vieron, mi tío nada más sonrió, pero el
joven algo le dijo a él.
Nota: Este sueño me ha dado algo de lata -no es como otros que he recibido como regalos, dados con su fondo y parece que hasta se escribieran solitos-, quise saltármelo, pero no, tengo que abordarlo. Quizá se me pasó la información o lo transcribí mal, lo cierto es que si empleo ejercicios de estilo, el resultado estaría algo alejado del contenido recibido, y quedaría algo así: Fui a casa de mi mamá en Álamo, pero ella no estaba. La encontré durmiendo en el cuarto que nos tocó de estudiantes en la casa de Tampico; frente al armario, tenía unos libros... O tal vez, como lo transcribí es lo más cercano al sueño mismo, con sus transgresiones de las leyes lógicas de la vigilia (no puedes estar en dos lados a la vez, no puedes ser y no ser), en todo caso, mejor lo subo así -sólo agregué en el texto pasado a word unas comas y eliminé repeticiones-, y me gustaría registrar lo siguiente:
Transcribir los sueños apenas me despierto, teniendo un pie entre el sueño y la vigilia, es como traducir de manera automática aprovechando aún lo fresco del recuerdo. Mi letra es horrible -llevé taquigrafía en secundaria, y quizá ya no me acuerde de los ganchos pero sí de cómo tomar notas rápidas para mi propio registro-, y a veces en ese estado, sólo sé que garabateo y ¡ah, caray!, ya más tarde o años después tengo que volver a descifrarlos. Cuando ya no es tan fresco su recuerdo- si no está tatuado en la mente por la impresión- es otro cantar. Una de las formas para recuperar el sueño o lo que quede, es darme tiempo para él, mirar hacia dentro, y bueno, aquí la memoria juega un papel importante, dependo de ella para tratar de asir el contenido onírico, y quizá lo devuelva hoy, quizá mañana o de plano se quede en ese océano del subconsciente y emerja algún día, en el momento menos esperado, pero eso lo dijo el maestro Jung y de qué manera. Tomo en serio eso del depender de mi memoria de teflón, quiero mucho a mi sistema operativo pero trabaja de forma tan misteriosa, hace unos días me jugó una mala pasada, ya de frente al cajero no me acordé del número de mi tarjeta que tanto he usado, nunca había tenido problemas y se me borró de repente y hasta ahora nada de nada que lo recuerde, ni qué decir de aquellas palabras o frases en otros idiomas que busqué una y otra vez anteriormente y no se me quedan. Basta de quejas. Bueno, ya tengo asido el contenido, y ¿ahora qué hago?, otra cosa muy distinta es transcribirlo, no es un poema, ni es un cuento, sino un sueño, pero tienen algo en común, quién los dicta, son de un material delicado y elusivo en grado distinto que puede provenir tanto de un lado como del otro de la frontera, y de no atenderlos y brindarles una forma, se corre el riesgo de que se evanezcan. De este lado “consciente”, cuando transcribo el contenido de un sueño puedo errar en su sentido o trastocarlo al deshilar y volverlo a hilar en palabras con una coma, punto y coma o punto. Sí, la sintaxis y semántica de los sueños es otro boleto. Esto es nota, así que sólo diré que registrar sueños es como todo un proceso de laboratorio, más allá de lo que han escrito científicos sobre el acto neurológico de soñar, ignoro lo que sucede en la primera etapa y no me detengo en la última. Quizá algún día o nunca. Parece que quisiera repetir mis errores una y otra vez, al dejar de lado y no atender la importancia de un presagio o aviso onírico, como en la vigilia lo hiciera Julio César rumbo al senado romano en ese poema trágico Idus de marzo, de Constantino Cavafis.
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